CONTENIDO LITERAL

(Fragmento de "Portador del oro blanco [el]", novela de Stephen R. Donaldson. Derechos de autor 1983, Stephen R. Donaldson)

UNO

La cicatriz del capitán

Despojado del palo mayor, el Gema de la Estrella Polar viraba al norte torpe y pesadamente, presentando la popa a las aguas enturbiadas por la arena y la espuma que habían dejado el Árbol único al caer. En las jarcias, los gigantes bregaban y se afanaban en sus tareas, llevados de un lado a otro por el áspero tono de las órdenes de Quitamanos, aun cuando Soñadordelmar yacía muerto en cubierta bajo ellos. El maestro de anclas permanecía al timón, encorvado y rumiando su dolor, gritándoles con ronca voz debida al llanto contenido. Si alguno se demoraba en obedecer, la sobrecargo, Furiavientos, le secundaba desencadenando sus imprecaciones como si fuesen un diluvio de ásperos fragmentos de granito, porque la Búsqueda entera había fracasado y ella no conocía otra forma de soportarlo. El dromond se dirigía al norte sin más motivo que el de alejarse de la profunda fosa en que habían enterrado sus esperanzas.
Pero Grimmand Honninscrave, el capitán del barco gigante, permanecía en la cubierta de popa con su hermano entre los brazos, sin hablar. Su enorme rostro, tan firme ante los peligros y tempestades, parecía ahora un rendido baluarte; las sombras se enredaban en su barba al declinar el sol hacia su puesta. Y junto a él se hallaban la Primera de la Búsqueda y Encorvado, como extraviados sin la Visión de la Tierra que les guiara.
Buscadolores el Designado también se encontraba allí, mostrando su antiguo dolor como si siempre hubiera sabido lo que iba a ocurrir en la Isla del Árbol Único. A su lado Vain, con una abrazadera del antiguo Bastón de la Ley rodeando su inerte muñeca, y la inútil mano que colgaba de ésta. Y también estaba Linden Avery, desgarrada por la pena: la cólera y la tristeza por Soñadordelmar dañaban sus ojos, y la ausencia de Covenant laceraba sus miembros.
Pero Thomas Covenant se había retirado a su camarote como un animal herido a su guarida, y allí permanecía.
Se sentía derrotado. Sin resistencias.
Yacía en la hamaca mirando el techo, invadido por una profunda depresión. Aquella estancia había sido construida para un gigante y era excesiva para él, tal como su sino y las intrigas del Despreciativo le excedían. La rojiza puesta de sol penetraba a través de la abierta tronera ensangrentando el techo, hasta que el crepúsculo llegó y lo quitó de su vista. Pero había estado ciego tanto tiempo, tan incapaz de captar el menor destello de su verdadero destino hasta que Linden, enfrentándose con él, había gritado:
- ¡Eso es lo que desea el Execrable!
Era como si su antigua firmeza y sus victorias se hubiesen vuelto contra él. No podía considerar a Cail, que montaba guardia ante su puerta, como a un hombre cuya fidelidad mereciera. Prescindiendo del lento discurrir de la nave gigante, la sal que impregnaba el aire, los chirridos de los aparejos y el runrunear de las velas, no podía apreciar la diferencia entre aquel camarote y el calabozo de la Fortaleza de Arena o las traicioneras profundidades de Piedra Deleitosa. Todas las piedras eran iguales para él, sordas a cualquier súplica o necesidad, insensibles. Podía haber destruido la Tierra en aquella crisis de poder y veneno, haber roto el Arco del Tiempo como si de veras fuese un sirviente del Despreciativo, si Linden no le hubiera detenido.
Y entonces fracasó ante su única oportunidad de salvarse. Aterrado por el amor y el miedo que sentía por ella, había permitido a Linden volver junto a él abandonando su agonizante cuerpo en la otra vida. Dejándolo a merced de su desgracia, aun cuando no fuera eso lo que ella se había propuesto.
Brinn le había dicho: Ésta es la gracia que te ha sido dada, el poder soportar cuanto ha de soportarse. Pero era mentira.
Yacía en la oscuridad sin moverse, sin dormir aunque ansiaba el sueño, una mínima interrupción que le permitiera el olvido. Seguía mirando el techo como si también él fuese parte de la piedra inerte, una materialización del desatino y los sueños rotos atrapados en el eterno ámbito de su derrota. La cólera y el desprecio de sí mismo podían haberle impelido a buscar sus antiguas ropas, a subir a cubierta para compartir la desolación de sus amigos. Pero las había dejado en el camarote de Linden para que ella las guardaba, y no podía ir allí. Su amor por Linden se había corrompido en exceso, el egoísmo lo había falseado demasiado. Así, la única mentira que había mantenido desde el principio contra ella volvía para condenarlo.
La había mantenido en la ignorancia de un hecho importante, esperando como un cobarde que no fuera necesario que lo descubriese, que su deseo por ella fuera permisible al final. Pero con aquello no había conseguido nada, excepto su incomprensión. Nada más que el fracaso de la Búsqueda y el triunfo del Despreciativo. Había permitido que su necesidad de ella les cegara a ambos.
No, era aún peor que eso. La necesitó, la había necesitado tan agudamente que aquella agudeza desgarró sus defensas. Pero otras necesidades se habían manifestado también: la de constituirse en salvador del Reino, resistir en el centro mismo de la maldad del Amo Execrable haciendo prevalecer su propia respuesta, la de mostrar su valentía de mortal ante la efusión de sangre y el dolor. Se envolvió tanto en su aislamiento y en su lepra, llegó a tener tal certeza en lo que eran y significaban, que no pudo distinguirlas del Desprecio.
Ahora estaba vencido. Nada quedaba en lo que pudiera poner sus esperanzas, por lo que pudiera cuerdamente esforzarse.
Debió haberlo previsto. El anciano de Haven Farm habló para Linden más que para él. Los elohim la proclamaron Solsapiente, achacándole a él los errores que habían puesto a la Tierra en peligro. Incluso la difunta Elena declaró claramente en Andelain que la curación del Reino estaba en manos de Linden y no en las suyas. Con todo, prefirió su terquedad, rechazó la comprensión. Su necesidad o arrogancia había sido demasiado grande para permitirle comprender.
Y aun así, con la destrucción de todas las cosas que para él eran importantes, no hubiese obrado de otra manera: ni entregado el anillo ni delegado el sentido de su existencia en Linden o en Buscadolores. Era cuanto le quedaba: soportar la culpa si no podía conseguir la victoria. Habiendo fracasado todo lo demás, podía continuar al menos rehusando el ser disminuido.
Así yacía en la litera como una víctima, con el barco de piedra rodeándolo. Encadenado a los grilletes en que sus errores se habían convertido, ni se movía ni lo intentaba siquiera. La oscuridad de la noche sin luna comenzaba a penetrar en sus ojos. En Andelain, el Amo Superior Mhoram le había advertido: El ha dicho que tú eres su Enemigo. Recuerda que lo que siempre persigue es pervertirte. Era cierto: se había convertido en el siervo del Despreciativo más que en su Enemigo. Incluso el antiguo triunfo se volvió en su contra. Lamiendo las partes heridas de su corazón, apartó la mirada de la impenetrable oscuridad y continuó donde estaba.
No podía medir el transcurso del tiempo, pero no se hallaba muy entrada la noche cuando oyó el resonar de una tensa y áspera voz tras la puerta. Era incapaz de distinguir las palabras que pronunciaba. Sin embargo, la réplica de Cail fue clara.
- La condenación de la Tierra pende sobre su cabeza -dijo el haruchai-. ¿Es que no vas a tener compasión de él?
- ¿Puedes creer realmente que pretendo dañarle? -repuso Honninscrave, demasiado exhausto para enojarse o discutir.
Luego la puerta se abrió, y la luz de la linterna proyectó la corpulenta figura del capitán hacia el interior de la cabina.
La luz parecía diminuta contra la inexorable noche del mundo, pero iluminó el camarote con suficiente intensidad como para herir los ojos de Covenant, haciéndole derramar lágrimas involuntarias. Siguió inmóvil, sin volver la cabeza ni cubrirse el rostro. Mirando inerte el techo mientras Honninscrave colocaba la linterna sobre la mesa.
La mesa era baja para las dimensiones de la cabina. Desde el día en que iniciaron aquel viaje de búsqueda, el mobiliario de los gigantes fue sustituido por una mesa y sillas más acordes con la estatura de Covenant. En consecuencia, la lámpara proyectaba la sombra de la hamaca sobre él. Parecía yacer en el eco de su propia lobreguez.
Con un ronco suspiro, Honninscrave se desplomó junto a la pared, sentándose en el suelo. Tras un prolongado momento de silencio, su voz surgió de la pálida luz.
- Mi hermano está muerto. -La idea continuaba torturándolo-. Yo lo amaba, no tenía más familia desde el fallecimiento de nuestros padres y ahora está muerto. Su Visión de la Tierra nos permitía alguna esperanza, aunque a él le llenaba de zozobra, y ahora tal esperanza se ha desvanecido y él jamás será perdonado. Como a los Muertos de la Aflicción, el horror le arrebató vida. Jamás será liberado. Cable Soñadordelmar, mi hermano, poseedor de la Visión de la Tierra, sin voz y valiente hasta la tumba.
Covenant no volvió la cabeza. Pero pestañeó como si sintiera un pinchazo en los ojos hasta que la penumbra volvió a instalarse sobre él. El camino de la esperanza y el de la perdición, pensó calladamente, se hallan abiertos ante ti. Acaso para él hubiese sido cierto. Quizás, de haber sido honesto con Linden, o de haber escuchado a los elohim, el acceso hasta el Árbol Único les hubiese reservado alguna esperanza. Pero, ¿qué clase de esperanza hubo nunca para Soñadordelmar? Y aun sin ella, el gigante trató de cargar sobre sí todo el peso de la condena. Y de alguna manera encontró finalmente su voz para avisarles.
Honninscrave dijo con aspereza:
- Le rogué a la Escogida que te hablase, pero se negó. Cuando le propuse hacerlo yo personalmente, protestó y me pidió que desistiera. ¿Acaso no ha sufrido ya bastante? gimió. ¿Es que no conoces la piedad? -Se detuvo por un momento bajando el tono de voz-. La Escogida se comporta con valentía. Ya no es la mujer débil y asustadiza que se amedrentó ante el Acechador del Llano de Saran. Pero también se hallaba unida a mi hermano por un vínculo que, de alguna forma, influye en su modo de actuar.
Pese a haberse negado, parecía considerarla digna de su respeto. Luego prosiguió:
- Pero ¿de qué me sirven la paciencia o la piedad? No están a mi alcance. Tan sólo sé que Cable Soñadordelmar…

[...]