CONTENIDO LITERAL

(Fragmento de "Árbol único [el]", novela de Stephen R. Donaldson. Derechos de autor 1982, Stephen R. Donaldson)

UNO

El Gema de la Estrella Polar

Linden Avery bajaba al lado de Covenant por los caminos de Coercri. Ante ellos, el gigantesco barco de piedra, Gema de la Estrella Polar, se aproximaba, resplandeciendo, hacia la solitaria pasarela, todavía intacta, al pie de la vieja ciudad. Pero Linden no le prestó atención. Antes había estado observando la agilidad con que el dromond navegaba bajo el viento, a la vez poderoso y delicado, con el velamen completo y preciso; un barco de esperanza para los propósitos de Covenant y para los suyos propios. Cuando junto con el Incrédulo, Brinn, Cail, y Vain tras ellos, descendía hacia las rocas de la base y muelles de la Aflicción, podía haber contemplado aquella nave con placer, pero no lo hizo.
Covenant acababa de enviar a los pedrarianos Sunder y Hollian de vuelta a las Tierras Altas del Reino, con la esperanza de que pudieran inducir a los habitantes de los pueblos a resistirse a las agresiones del Clave. Y esta esperanza se basaba en el hecho de que les había dado el krill de Loric para usarlo contra el Sol Ban. Covenant necesitaba aquella espada, tanto como arma para sustituir a la magia indomeñable, que destruía la paz, como para defenderse contra el misterio de Vain, el vástago creado a partir de los Demondim. Pero aquella mañana se había desprendido del krill; y cuando Linden le preguntó, los motivos de su acción, le había respondido simplemente: Ya soy demasiado peligroso. Esta palabra tenía resonancia para ella. De una forma que sólo ella podía percibir, sabía que estaba enfermo de poder. Su enfermedad material, la lepra, estaba inactiva a pesar de que había abandonado en gran parte las disciplinas de autoprotección que la mantenían dormida. Pero en su lugar, crecía el veneno que un Delirante y el Sol Ban habían logrado introducir en su cuerpo. Aquel veneno moral, latente ahora, aguardaba, como un depredador, el momento apropiado para el ataque. Se aparecía ante los ojos de ella como si estuviera debajo de su piel ennegreciendo la médula de sus huesos. Con el veneno y su anillo blanco era el hombre más peligroso que jamás había conocido.
Ella admiraba aquel peligro. Determinaba la clase de fuerza que originalmente la había atraído en Haven Farm. El había sonreído por Joan cuando vendió su vida para salvar la de ella; y aquella sonrisa había revelado, más que todos sus poderes, su capacidad de desafiar al destino con más firmeza. La caamora a que se había sometido por los Muertos de la Aflicción, demostró hasta donde podía llegar impulsado por su complejo de culpabilidad y sus pasiones. El era una paradoja y Linden se esforzaba en emularlo. Tanto por su leprosidad y veneno como por autocrítica y furia, él era una afirmación, una aseveración de vida y un compromiso con el Reino, un manifiesto de sí mismo en oposición a cualquier cosa que el Despreciativo pudiera hacer. ¿Y qué era ella? ¿Qué había hecho en toda su vida, excepto huir de su pasado? Toda su severidad y austeridad, todo su empeño en lograr la mayor eficacia en su profesión médica y en su lucha contra la muerte, habían sido negativas desde el comienzo, un rechazo de su propia herencia mental más que una aprobación de las creencias a las que nominalmente servía. Era igual que el Reino bajo la tiranía del Clave y del Sol Ban, un lugar regulado por el temor y el derramamiento de sangre, no por el amor.
El ejemplo de Covenant le había enseñado esto acerca de sí misma. Aunque no comprendía por qué le resultaba tan atractivo, lo había seguido instintivamente. Y ahora sabía que su deseo era ser como él. Quería ser un peligro para las fuerzas que impelían a la gente hacia su propia destrucción.
Lo observó mientras bajaban, tratando de grabar en su mente, las finas y proféticas líneas de su cara, la austera forma de su boca y la anarquía de su barba. De él emanaba una reprimida expectación que ella compartía.
Al igual que él, se hallaba ante el proyecto de un viaje de esperanza en compañía de los gigantes. Y, aunque había pasado dos días con Grimmand Honninscrave, Cable Soñadordelmar, Encorvado y La Primera de la Búsqueda, ya había observado y comprendido el aditivo de amor de que se impregnaba la voz de Covenant cuando hablaba de los antiguos gigantes que había conocido. Pero ella también poseía una añoranza privada, una anticipación de sí misma.
Casi desde el momento en que se había despertado su sentido de la salud, éste se había convertido en un foco de pena y desaliento para ella. Su primer aumento de percepción, casi de clarividencia, había tenido lugar con ocasión del asesinato de Nassic. Y aquella visión había engendrado una secuencia aparentemente sin fin de Delirantes y Sol Ban que la había arrastrado a los límites de su resistencia. La continua sucesión de la maldad palpable y enfermedad física y moral que no tenía cura, la había llenado de impotencia, mostrándole su incapacidad en cada roce, en cada mirada. Luego cayó en manos del Clave, dentro del poder del Delirante Gibbon. La maldición profética que había pronunciado en contra de ella, la fabulosa atrocidad que él había inyectado en su interior, había llenado cada rincón de su alma de un odio y una repulsión indistinguibles del autodesprecio. Había jurado que nunca más abriría las puertas de sus sentidos a ninguna llamada externa.
Pero no había mantenido aquel juramento. El anverso de su gran vulnerabilidad era de una utilidad peculiar. La misma percepción que la había expuesto a sucumbir, también la había capacitado para lograr su propia recuperación del veneno del corcel y de los huesos fracturados. Tal capacidad había tocado profundamente sus instintos médicos, dando a su identidad una validez que ella ya consideraba perdida cuando había sido trasladada, fuera del mundo que comprendía. Además había podido ayudar a sus compañeros contra de la maldad del acechador asesino del Llano de Saran.
Luego habían escapado del Llano de Saran para dirigirse a Línea del Mar, donde el Sol Ban no reinaba. Rodeados de salud natural, de un tiempo otoñal y del color del principio de la vida, acompañados de gigantes, con mención especial de Encorvado, cuyo alegre carácter sirvió de bálsamo en las oscuras horas que acababa de vivir, sentía que su tobillo se curaba bajo la poderosa influencia de la diamantina. Había probado la tangible belleza del Mundo, había experimentado profundamente el regalo que Covenant había hecho a los muertos de la Aflicción. Había empezado a captar visceralmente que su sentido de la salud era accesible al bien lo mismo que lo era al mal, y que posiblemente estaba capacitada para alguna opción ante la maldición que Gibbon le había lanzado. Esta era su esperanza. Quizá así y no de otra forma podría transformar su vida.
El anciano, cuya vida había salvado en Haven Farm le había dicho: Sé fiel. También hay amor en el Mundo. Por primera vez, estas palabras no la llenaban de miedo.
Apenas desvió la mirada de Covenant mientras descendían por las escaleras construidas por los gigantes, parecía indiferente a todo. Pero también estaba atenta a otras cosas. Aquella clara mañana. La soledad salada de Coercril. El latente peligro negro de Vain. Y, justo a su espalda, los haruchai. La manera en que pisaban la piedra contradecía su indiferencia característica. Parecían casi ávidos de explorar la tierra desconocida con Covenant y los gigantes. Linden se concentró en estos detalles como si estuvieran formando la textura de la nueva vida que deseaba.
Sin embargo, cuando todos se encontraron en la parte baja de la ciudad iluminada directamente por el Sol, donde la Primera y Soñadordelmar esperaban con Ceer y Hergrom, la mirada de Linden saltó como atraída por un imán hacia el Gema de la Estrella Polar, que en aquel momento maniobraba para entrar en el muelle.
El barco gigante era una nave para asombrar a cualquiera. Se levantó por encima de ella, dominando el cielo, cuando trataba de enmarcarlo en su visión. Mientras el capitán Grimmand Honninscrave daba órdenes desde el puente, que se hallaba muy por encima del casco del buque, y los gigantes trepaban por la arboladura para recoger las velas y asegurar los cabos, se iba colocando poco a poco y con precisión en su fondeadero. La pericia de su tripulación y la calidad de su estructura competían con el duro granito de que estaba hecho. Visto de cerca, podía apreciarse el peso aparente de su casco sin junturas y sus mástiles, la velocidad para que estaba hecho, sus extensas cubiertas, el airoso ángulo de su proa y el justo equilibrio de sus vergas; pero cuando sus percepciones se ajustaron a la escala del barco pudo ver que estaba hecho para gigantes. Su tamaño guardaba relación con el espacio entre los obenques. Y el muaré de los costados de piedra se levantaba del agua como llamas de ansiedad desprendidas del granito.
La piedra sorprendió a Linden. Instintivamente había cuestionado la materia de que estaba hecho el barco gigante, creyendo que el granito sería demasiado quebradizo para resistir la fuerza de los mares. Pero en cuanto su visión se centró en el barco se dio cuenta de su error. Aquel granito era ligero y tenía la ductilidad necesaria. Su vitalidad iba mucho más allá de las limitaciones de la piedra.
Y aquella vitalidad brillaba también en la tripulación del dromond. Eran gigantes; pero en su barco eran más que eso. Eran la articulación y servicio de un gran organismo que respiraba, las manos y las risas de una vida que los exaltaba. Juntos, la piedra y los gigantes, daban al Gema de la Estrella Polar el aspecto de un barco que combatía contra la bravura de los océanos simplemente porque ninguna otra prueba podría estar acorde con su natural exultación.
Sus tres mástiles, que eran lo suficientemente altos para albergar tres velas cada uno, se levantaban como cedros sobre el puente de mando, donde se hallaba Honninsgrave, balanceándose ligeramente con el movimiento del mar como si hubiera nacido con olas bajo sus pies, sal en su barba y maestría en cada mirada de sus ojos cavernosos. Su grito respondiendo a la llama de Encorvado rebotó en la superficie de Coercri, haciendo que de la Aflicción partiera una bienvenida después de muchos siglos. Luego la luz del Sol y el barco se enturbiaron ante Linden cuando unas súbitas lágrimas inundaron sus ojos como si nunca antes hubiera tenido un gozo de aquella magnitud…

[...]